lunes, 1 de julio de 2013

Brasil, cero.

Son las doce menos diez de una magnífica noche estival torrevejense, y las terrazas del Paseo Marítimo bullen con miles de veraneantes ansiosos ante gigantescas pantallas que muestran un único escenario: el estadio de Río. Se palpa una tensión festiva en el ambiente, que recuerda a la vivida hace unos años, cuando la Roja se convirtió en la mejor selección del mundo a ritmo de waka-waka, cuando España fue la mejor a nivel planetario, cuando el orgullo patrio tocó el cielo con la palma de la mano. Para seguidamente caer en el negro abismo de la crisis que hoy nos ahoga.

 Algo parecido sucede en Río. A las puertas del estadio Maracaná, miles de manifestantes se han concentrado para protestar contra el disparatado gasto en infraestructuras deportivas de cara al próximo mundial, cuando la población no tiene acceso a unos servicios básicos decentes de sanidad o educación. 

Y en el colmo de la injusticia, a los más desfavorecidos, a los más pobres entre los pobres, se les está despojando de sus humildísimas viviendas, las favelas, por estar ubicadas en terrenos que las autoridades han decidido reconvertir en instalaciones deportivas. 

¿Saben esto los telespectadores de esta final? ¿Saben que varios miles de efectivos policiales han cortado las calles aledañas al estadio y están cargando brutalmente contra los manifestantes? ¿Contra la población que clama por sus derechos más básicos? ¿Lo saben? Y lo que es peor: ¿les importa?

Por eso escribo estas líneas a las doce menos diez. El conflicto de Brasil no se halla en el interior del Maracaná, sino justamente alrededor de él. Como claman los manifestantes, dentro se juegan una final de fútbol, y fuera, su futuro. Arden las calles de Río con indignación ante una injusticia que les hace invisibles a la lupa de la prensa internacional, que sólo muestra un amplísimo campo de césped reluciente y un estadio abarrotado de hinchas, muchos de ellos extranjeros. 

¿A quién le importa qué selección gane esta noche? Ante este espectáculo en el que el fútbol oculta la tragedia de un país donde los pobres se cuentan por millones, es un caso de conciencia posicionarse. Pero no a favor de uno de los dos equipos. Sino a favor del ser humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario