viernes, 1 de febrero de 2013

TRAMPARENTE

Dicen que los niños y los locos siempre dicen la verdad. No es algo que crea a pies juntillas, pues he visto a niños bastante pequeños mentir descaradamente, pero es cierto que a veces reparan en detalles definitorios que a los adultos nos habían pasado completamente desapercibidos. 

Ayer, sin ir más lejos, mi hija de cuatro años jugaba tranquilamente con su muñeca preferida mientras yo veía el telediario, al borde de la incredulidad absoluta. Y no quiero decir que no crea que todo este asunto de los sobres con dinero no desprende un tufillo más que sospechoso. A lo que me refiero es a que, sencillamente, no reconozco mi país. Dividido, arruinado y traicionado. Tras casi cuarenta años de democracia, periodo comúnmente aceptado como una bendición después de una guerra fraticida y una durísima posguerra de hambre y escasez bajo el yugo de un dictador, ahora resulta que los gobernantes de España, que, no nos engañemos, no son sólo los líderes del Partido Popular, sino todo el sistema político, judicial y financiero que rige nuestros destinos, se ven envueltos en una capa de mierda -con perdón- que les llega hasta los ojos. Y de esta gigantísima plasta, que antes fue un suculento pastel que impunemente se repartieron, vienen ahora nuestros seis millones de parados, nuestros recortes en servicios básicos, nuestros desahucios, nuestras penurias... hambre, sin ir más lejos. Hambre en España. En el siglo XXI.  

 Desde mi pantalla, el portavoz del PSOE, el señor Rubalcaba, exigía con vehemencia que su oponente político, el sr. Rajoy, tenía que ser "transparente, transparente y transparente". Como si de un radar se tratase, mi hija miró al hombre de la tele. Aquella palabra tan extraña debía de ser importante, puesto que la repetía sin cesar. Entonces ella se giró hacia mí y me dijo, orgullosa de su nueva adquisición lingüística: "tramparente". Yo la corregí: "No: trans-parente". Y ella, desde su inocente sabiduría infantil: "trampa-rente". No quise corregirla más. Tenía más razón que un santo. Trampa-rente. ¿A quién quieren engañar? ¿Alguien escapa de la corrupción endémica del país? ¿Alguien confía en que las investigaciones que tengan a bien llevar a cabo van a desembocar en devoluciones del dinero malversado, en multas ejemplarizantes, en publicación, vaciado y cancelación de cuentas suizas?

Así que, sin proponérselo, mi hija de cuatro años ha inventado un vocablo que describe, con un hiperrealismo aterrador, la imposible redención de la política española: tramparente. Tal y como suena. Tal y como nos la venden. Por triplicado. Ni que fuéramos sordos. O tontos.

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