sábado, 19 de enero de 2013

¿MOROSOS?

Ayer oí en el telediario que la tasa de morosidad de los españoles había vuelto a batir su propio récord. Y ese fue el final de mi apacible comida.

El lenguaje tiene a veces una carga semántica asociada al significado objetivo de las palabras que las marca con lo que se conoce vulgarmente como “mala leche”. Es lo que sucede con la palabra “morosidad”. Según el diccionario de la RAE, morosidad significa sencillamente lentitud, dilación, demora. Sin embargo, a pie de calle “moroso” es simple y llanamente aquel que no paga, sobre todo si es porque no quiere y no porque no pueda.

Moroso es el abogado del 1ºA, que pese a tener un bufet lleno de clientes, sólo accede a pagar su pequeña cuota vecinal cuando el administrador lleva su deuda de meses ante los tribunales; morosa es la vecina del 3º c, que desde que ha puesto su piso en venta porque se ha ido a vivir en un chalet en las afueras, ya no paga los recibos de la comunidad de vecinos.

Decir que alguien es un moroso es ofenderle, es faltarle al respeto y querer herirle. Cuando se dice que los españoles somos cada vez más morosos, se está dejando entrever que somos unos sinvergüenzas de los que es imposible fiarse. Y perdónenme ustedes, pero eso no es verdad. 
Parece lógico que los 6 millones de personas que han perdido sus empleos en estos años no puedan hacer frente al pago de sus hipotecas, ni de sus alquileres, ni de sus tarifas ni de sus cuotas. Eso los convierte en deudores. Como la propia palabra indica, tienen una deuda: deben dinero. Qué más quisieran ellos que tener lo suficiente como para cubrir sus necesidades y no tener que perder sus viviendas, o quedarse sin luz y sin agua, o verse envueltos en procesos judiciales con sus vecinos o con sus arrendadores. Deber dinero los convierte en personas con dificultades económicas, pero no en delincuentes, no en mala gente.

En vez de decir que la tasa de morosidad en España se ha disparado, debería decirse que el número de impagos ha aumentado de manera directamente proporcional al número de empleos destruidos, pues dado que no se está poniendo remedio efectivo a esta situación tan dramática, la consecuencia es que la población no tiene la posibilidad de saldar sus deudas a pesar de los gravísimos problemas que esto les acarrea. El significado del mensaje sería el mismo: los bancos no consiguen recuperar el dinero -con los intereses correspondientes- que un día de vacas gordas accedieron a prestar. Sin embargo, los españoles de a pie podríamos mirarnos a los ojos y sentirnos algo más dignos. Pobres, sí; deudores, también; incluso desahuciados, sin luz y sin agua. Pero delincuentes... delincuentes no, oiga.

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