jueves, 6 de diciembre de 2012

TALAR CON CORDURA

Entiendo que estamos en crisis. Lo repiten los medios de comunicación a diario. Lo veo en las calles. No es una crisis cualquiera. Es un batacazo como no nos habíamos pegado en décadas. Y no se le ve un final cercano. Cada día nos despertamos con nuevos recortes, nuevos despidos, nuevas quiebras de pequeñas empresas familiares, amenazas de privatización de unos sistemas públicos que fueron la envidia de Europa por su gratuidad y por su buen hacer. Ahora todo eso peligra, se está derrumbando. Vamos haciendo cesiones poco a poco. Y tenemos la sensación de que el final se nos oculta. Tememos despertar un día con una desagradable sorpresa. Como a los niños cuando no se les ha hablado de la gravedad de las discusiones entre sus padres, y un día se encuentran con que uno de los dos ya no vive en casa.

Además, tenemos la sensación de que las vías de protesta ciudadana están atascadas, embozadas como las cañerías viejas. Ni los sindicatos cuentan con la credibilidad de sus durísimos inicios, ni los movimientos ciudadanos como el 15-M parecen efectivos a la hora de defender a la ciudadanía. Parece que el Gobierno no nos quiere oír. Se suceden las manifestaciones casi a diario. Cuando no protesta un sector, protesta el otro. Imposible no darse cuenta. 

Ya hay quien empieza a comparar esta situación con la vivida en los años anteriores a la Guerra Civil, esa guerra de nuestros abuelos que ya creíamos superada. Como también empiezan a oírse consignas xenófobas, razonamientos que pasan por la expulsión de todo el no nacido aquí para lograr una reducción en lo que ellos llaman "las bolsas de pobreza y de exclusión social". La historia tiene la nefasta costumbre de repetirse.

Lo que no puedo dejar de preguntarme, disculpen mi ingenuidad, es cómo los políticos no se dan cuenta de que lo que el pueblo está reclamando, además de pan, es que los recortes se vean también en las esferas superiores. Y no me refiero sólo a un ligero ajuste en la extra de Navidad o a un tímido 5% en sus astronómicos y múltiples sueldazos, sino a una tala generalizada de ese bosque enmarañado y anónimo que les garantiza unas condiciones de vida privilegiadas e intocables. Blindadas, para más exactitud.

Ellos defienden que todo eso es necesario: embajadas, autonomías, senado, asesores, sueldos vitalicios... y puede que, efectivamente, lo sea. Pero no es más necesario que la pensión íntegra de los jubilados, o que el subsidio de desempleo, o que una buena sanidad pública. Señores, cuando hay una crisis que está hundiendo al país, hay que ponerse serios. Su excusa, repetida hasta la saciedad, o debería decir hasta la suciedad, es que todo eso supone una cantidad muy pequeña de dinero en el compendio general de los presupuestos. Pues lo dicho, me parece una excusa muy sucia, porque su alternativa es recortar sanidad y pensiones, es decir, recortar al que menos tiene. ¿Que lo hacen así porque muchos pocos hacen un mucho? ¡Hombre, por Dios! ¡Pues ese es el problema! ¡Que somos muchos ya los hundidos en esta pesadilla en la que nos han metido! Sin empleo, sin casa, sin sanidad y sin subsidio... ¡ahórquennos ya, y acabemos!


Y es que, señorías, los muelles se pueden estirar hasta un cierto punto, pero si tal punto se sobrepasa, dejan de ser muelles y se convierten en alambres de lo más afilado. Me da la sensación de que nuestra sociedad se está llenando de muelles que empiezan a deformarse peligrosamente. Empiezan a oírse los primeros aullidos convocando a la jauría. Se nos acaban el tiempo y la paciencia. La opción ya no es votar al partido contrario. La opción, señorías, es quemar el tablero donde ustedes se están jugando nuestro futuro. Pregunten a sus abuelos. Tienen mucho que enseñarles.

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