viernes, 28 de diciembre de 2012

PARQUES LITERARIOS

Hace un día espléndido en este invierno suave y mediterráneo que nos abraza. Salgo con mis hijas al antiguo cauce del río Turia, en la ciudad de Valencia, y recalo en un parque infantil de lo más original. Es una figura gigantesca de Gulliver, el viajero que llegó a un país de gente diminuta en uno de sus recorridos. La figura lo retrata tumbado boca arriba, inconsciente, y con un montón de cuerdas que lo inmovilizan en caso de que despierte. Los niños y no pocos padres escalan por los lados de la figura y caminan por encima de su anatomía, se deslizan por los toboganes de su melena, de sus botas, de los pliegues de su chaqueta, y suben y bajan en un movimiento contínuo que los va dejando exhaustos y sonrientes.
 
Sobre nosotros se abre un cielo azul limpísimo, y al tibio sol de la mañana voy contándoles a mis hijas el viaje de Gulliver. Ellas me escuchan totalmente metidas en la historia, lanzan pequeñas risitas cuando les hablo de que las enormes cuerdas con que los diminutos ataron a aquel gigante eran como hilos de coser para él, y que cuando despertó, no pudieron impedirle ponerse de pie. Todas quieren saber qué pasó después, y luego, y más tarde. Cuando les digo que en otro viaje Gulliver llegó a un país de gigantes, mi hija pequeña se pone a dar saltos de la emoción.
No sé de quién sería la idea de construir un parque así, ni sé que la ciudad de Valencia tenga o haya tenido relación con el escritor, con su país de origen o con la historia en sí. Es decir, que en vez de Gulliver, podrían haber diseñado cualquier otro personaje literario, como Alicia y su conejo mágico, Don Quijote y su escudero o algún personaje de la literatura valenciana, como Tirante el Blanco. Pero el hecho es que la historia de Gulliver es mucho más conocida entre los niños valencianos desde que este parque habita nuestro cauce, y que con tanta bazofia televisiva, con tantos dibujos animados de princesas caramelizadas, con tanta película americana para adolescentes descerebrados, y con la poca costumbre que tienen ahora nuestros niños de perderse entre las páginas de un libro, cualquier técnica de márketing vale. Aunque no se persiga vender nada, sino dar a conocer acontecimientos literarios o culturales de la humanidad.
 
Quizás esta sea la estrategia del futuro: ponga un parque infantil en su ciudad y culturice a la población. Podríamos enviar un esbozo de nuestro caballero andante más universal a la señora Merkel. Así, nuestros ingenieros emigrados en Alemania se sentirían como en casa. Y los niños alemanes conocerían mejor nuestra cultura. Quizás les ayudaría a entender muchas cosas. Sería terrible que creyeran que aquí sólo tenemos especímenes como Rajoy o Zapatero. Ingeniosos como somos los valencianos de a pie, a la salida del parque hay un contenedor de basura con una inscripción de grafiti: "Políticos, aquì". No sé qué opinarán los niños alemanes de esto, pero a los benjamines españoles les provoca más de una carcajada.

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