sábado, 29 de diciembre de 2012

MATAR UN RUISEÑOR

Dicen que del amor al odio hay sólo un paso. No lo dudo. Pero como en cualquier otro aspecto de la vida, tampoco en el odio somos todos iguales. Hay quien, por odio, se encierra en su caparazón de ermitaño y reniega del mundo, a veces para siempre, convencido de que nada bueno le vendrá de él y de que ni siquiera vale la pena darle una nueva oportunidad. Otros, por el contrario, ponen todo su empeño en recomponer sus vidas amorosas, y en que sus exparejas comprueben que no les eran imprescindibles para ser felices. Sin embargo, otros se convierten en monstruos.
 
Incapaces de asumir una ruptura, hay quien dedica días, semanas o incluso meses a maquinar friamente la manera de acabar con su expareja, y armados con un cuchillo, ya que en España pocas personas poseen armas de fuego, abordan a su víctima y le asestan no una ni dos cuchilladas, sino en ocasiones hasta veinte o treinta. Es escalofriante pensar en los detalles de la acción, y en la nula piedad que demuestran con quien anteriormente había sido su persona amada.
 
Sin embargo, hay quien en vez de orientar todo su odio hacia la causante directa de su infelicidad, planea una venganza aún peor si cabe, y se ceba con quienes cometieron el único delito de ser lo más sagrado para la víctima: sus hijos. Así, el criminal le asegura un sufrimiento inimaginable de por vida. ¿Puede haber venganza peor?
 
Bien, pues hagámonos un favor: no pensemos que hay que estar loco para cometer semejante barbaridad. No los exculpemos. No están locos. Ninguno. Quizás durante los minutos concretos de la realización del asesinato se dejaron llevar por la rabia, cierto, pero la perfecta planificación del cómo y el cuándo nos lleva a la conclusión de que la venganza fue conscientemente buscada y deseada. No hace falta estar loco. Lo que hace falta es ser una persona tan vengativa que no dude en poner su propia sed de venganza por encima de las otras personas. Incluso aunque se trate de sus propios hijos.
 
Dicen que en la escala de la naturaleza, el hombre es superior a los animales porque tiene conciencia. ¡Qué ilusos! Hay algunos seres humanos que no tienen parangón. Y ya no en la naturaleza. Sino en toda la infinita inmensidad cósmica.

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