miércoles, 19 de diciembre de 2012

Gangnam Style

Hoy, penúltimo día de clase antes de las fiestas de Navidad, el instituto no es el mismo de siempre. Los alumnos corren desesperados o alborozados detrás de los profesores que les acaban de decir las calificaciones de sus asignaturas, por las aulas resuenan villancicos en diferentes idiomas, y las cartulinas preparadas para la decoración de los pasillos en las actividades lúdicas de mañana jueves dan una nota de color al aburrido y monótono espacio escolar. 

Hoy, además, algunos alumnos del primer curso han ido de excursión. No es una salida al uso, sino una visita a la residencia de ancianos del pueblo. La organiza la profesora de religión, y como necesitaba un profesor más debido al número de estudiantes asistentes, me ha ofrecido la posibilidad de ir. La verdad es que he aceptado más por amistad con ella que por interés real: yo no doy clase en primero, así que no conocía a los alumnos, y a estas alturas ya no pongo la mano en el fuego por el comportamiento de ninguno de ellos. En fin, que me he dejado convencer sin oponer demasiada resistencia. Para que se hagan una idea, éramos un grupo de 40 niños de 12 años, y dos profesoras. Lo que se dice tentar a la suerte.

Cuando hemos llegado, los ancianos nos estaban esperando con ilusión, con la misma ilusión con la que los alumnos habían empaquetado los detalles que llevaban para regalarles: pastillas de turrón y otros dulces típicos de estas fechas, pulseritas confeccionadas por ellos mismos, pendientes y pañuelos adquiridos en bazares... Enseguida se ha producido una compenetración entre nuestros adolescentes y los ancianos, y en corrillos se mostraban los regalos y se preguntaban y respondían acerca de sus vidas respectivas. 

La residencia nos tenía una sorpresa preparada: habían organizado su karaoke semanal para hacerlo coincidir con el horario de nuestra visita, y para satisfacer los gustos de todos, adolescentes y ancianos han llegado a un pacto: por cada villancico que sonase, cantarían entre todos una canción moderna. Así que en un visto y no visto, nuestros muchachos, micrófono en ristre, se han puesto a entonar las melodías tradicionales mientras los ancianos les hacían palmas y los jaleaban, encantados por la compañía, y entre villancico y villancico se han ido colando las baladas de Pablo Alborán, los himnos más conocidos de Estopa y las canciones desgarradas de Alejandro Sanz.

 De repente, la sala se ha convertido en un auténtico clamor: en la gigantesca pantalla del karaoke, proyectada en la pared, ha aparecido la imagen del bailarín oriental más famoso de los últimos tiempos, y como activados por un resorte mágico, los cuarenta adolescentes han formado dos filas y se han puesto a bailar el Gangnam Style, con su trote del caballito y sus vueltas sobre sí mismos. Los ancianos estaban encantados, y al acabar les han aplaudido a rabiar. Decían: "¡Qué chicos más majos tenéis en vuestro cole!". Yo pensaba que si los vieran bajar las escaleras como una manada de caballos desbocados cuando suena el timbre del recreo, dándose codazos y gritos, no pensarían lo mismo. Pero ciertamente, hoy se han portado mejor que nunca. 

Ya en el autobús de vuelta, iban comentando sus impresiones. Pero no hablaban de Pablo Alborán, ni del Gangnam Style. Hablaban de la soledad de aquellos ancianos, de la ilusión que han visto en ellos y de la reacción de algunos cuando han recibido los detalles, que para los adolescentes eran insignificantes y que sin embargo han conmovido a algún anciano hasta las lágrimas. "Cuando llegue a mi casa, le voy a dar un beso gigante a mi abuelo" -ha dicho uno de ellos. Al llegar al cole, han entrado de nuevo en las aulas como los hunos de Atila. Yo he mirado para otro lado. Supongo que los camellos de los Reyes Magos también se desbocan de vez en cuando, y relinchan a deshora. Hoy estos cuarenta Reyes Magos han hecho felices a un montón de ancianos. Voy a decirle a mi compañera que el año que viene me reclute otra vez. Quién sabe si cuando yo sea una anciana  los hijos de estos cuarenta adolescentes vendrán a regalarme turrón. Por si acaso, voy a portarme bien con ellos. No sea que me traigan un trozo de carbón.






1 comentario:

  1. Que bueno, es genial que tengan otra perspectiva que no sean ellos mismos, preciosa experiencia. Enhorabuena.

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