sábado, 22 de diciembre de 2012

EL GORDO Y LA GORDA

Corriendo de un lado para otro en esta semana en la que me han coincidido los festivales navideños escolares y extraescolares de cada una de mis tres hijas, ha llegado el día 22 sin sentir, sin ser consciente de que este año no iba a pillarme en mi lugar de trabajo, como siempre, sino en el zafarrancho de limpieza, lavadoras y recados que son mis sábados por la mañana. Y de la misma manera que ayer no me dio tiempo a aterrorizarme ante un posible fin del mundo, que de haberse producido me habría pillado en tareas tan cotidianas como hacer la compra, barrer o llevar a mi hija pequeña a la clase de pintura, hoy de repente he caído en la cuenta de que podría haberme convertido en millonaria y no haberme enterado hasta la hora de comer.

 Miro los boletos de la suerte, que me es esquiva año tras año, y no sé muy bien qué hacer con ellos. No me atrevo a romperlos y tirarlos. Son la materialización de un sueño. Y quién no ha soñado alguna vez con ellos en la mano. En estos tiempos tan difíciles, uno espera que al menos hayan premiado a familias necesitadas, que es la mejor manera de contentarse aunque no le haya tocado a uno. Es aquello de "otros lo necesitan más" y "al menos que haya salud". Y es cierto. Con la que está cayendo, difícil lo habrá tenido el hada de la suerte para elegir afortunados.

Eso sí, espero que no le haya tocado a Fabra otra vez. Sería como para dejar de jugar en masa. A ver si el año que viene es él el único participante, y también le cae el gordo. Mientras, a los demás nos ha caído la gorda: subida de precios generalizada, impuestos que surgen de la nada, recortes en los salarios y supresión de extras para los afortunados que aún conserven su empleo, y un sinfín de circunstancias varias que no sabemos muy bien cómo vamos a poder afrontar y que, en la opinión de unos cuantos entendidos, no hará más que frenar la economía.

Y es que no es tan difícil sumar dos más dos: a menor salario y mayor carestía de la vida, menos dinero para gastar en lo que no es básico. Y así entramos en el 2013, con la soga al cuello. Ya sabemos que lo de enero no será una cuesta, será la escalada del Himalaya. Cuando empiezan a oírse las primeras felicitaciones de la Navidad, vemos ladearse algunas cabezas que, conscientes del absurdo que resulta su deseo, por imposible, arquean la ceja y dicen bajito eso de "Y próspero año nuevo". Porque de próspero tendrá poco. Esperemos si acaso llegar a diciembre con salud, y con lo básico. Y con los que más nos quieren. Al fin y al cabo, el amor siempre ha sido impagable.




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