sábado, 15 de diciembre de 2012

ANIMAR EL COMERCIO

Hoy es sábado. Sábado y diciembre. Y luce un sol tímido e invernal que ilumina mi comedor sin la voracidad excesiva de los rayos de agosto. Como un invitado que ha llegado por casualidad, filtra su cálida luz silenciosa por entre los visillos de las habitaciones. No sabe que es bienvenido de corazón. No sabe que es recibido con alborozo por mi familia al completo. No sabe que él es la diferencia entre un sombrío fin de semana y unos días de alegría compartida. Tal es mi contento que salgo al balcón a decirle hola, en esa intimidad que da el que nadie te vea cómo, disimuladamente, asomas tu cara por encima de la fría barandilla metálica, respiras profundamente y sonríes, porque sabes que está al llegar tu época preferida del año. El invierno. 

Pero entonces un alboroto de música desvirtuada por altavoces callejeros llama mi atención. Saco todo mi pescuezo por la barandilla y veo que, en la calle aledaña, han puesto un castillo hinchable. Cinco minutos más tarde ya estoy abajo, con mis tres hijas cogidas de mis dos manos, en pelea continua por ver quién está más cerca de mamá. En dos minutos, las tengo repartidas por toda la calle: una salta en el castillo rosa lleno de figuras de princesas, descalza y con la cara como un tomate por el esfuerzo matutino; la segunda está siendo maquillada como la reina de las hadas mariposas; la tercera está bailando canciones infantiles en medio de la calle, siguiendo los movimientos de un duende de orejas puntiagudas y de una maga que ensordece a todos los padres con sus decibelios abusivos. Decorando la calle, un gran cartel: "Comercio de Torrevieja. Anímate".

Y es que, efectivamente, el comercio de mi pueblo y el de todos los pueblos de España está sufriendo el azote inclemente de la crisis en la que estamos sumidos los ciudadanos. Y desde ese punto se entiende que los ayuntamientos se esfuercen por estimular las que tradicionalmente han sido las compras más importantes de todo el año, pues es sabido que la época de Navidad representa en muchos sectores más del 70% de la producción anual.

Sin embargo, no puedo evitar pensar que esto es como ponerle una tirita en el dedo a alguien que acaba de sufrir un ataque al corazón. El problema no es que la gente, en su inconsciencia festiva, no se haya animado a comprar todavía, sino que no hay dinero. Así de sencillo. La pérdida de empleos, que afecta a muchísimas familias que hasta hace poco conformaban eso tan estabilizador en cualquier sociedad que se denomina "la clase media", junto a la subida de los precios de absolutamente todo, lo esencial y lo no tan esencial, la reducción de salarios, y la supresión de las pagas extras de Navidad o de los pluses de productividad, han hecho que la sociedad en su conjunto no se pueda permitir gastos que hasta ahora venían implícitos en la celebración de estas fiestas.

Echo un vistazo a las pequeñas tiendas que rodean la calle principal, donde han instalado las atracciones. La zapatería. La floristería. La tienda de fotografía. La platería. La joyería. La tienda de chuches. Las tiendas de ropa, infantil y de señora. Todas están vacías. Los comerciantes están de pie en las puertas, observando a los niños disfrutar. Hablan con los vecinos, mueven las cabezas intentando conservar la esperanza. Sonríen y se encogen de hombros. Saben que sus pocas ventas no se deben a que sus clientes ya no aprecien sus productos o a que se hayan vuelto contra ellos. Saben que sus tiendas vacías no lo están porque los vecinos no entendamos su situación. Saben que algunas de las personas que antes fueron clientes suyos ahora aguardan su turno en el comedor social. Conocen a padres y madres que perdieron sus empleos, y que les dicen eso de "Tú, por lo menos, aún tienes la tienda". Ellos saben que es cuestión de tiempo. Muchos han echado el cierre ya. Acumulan deudas que tendrán que seguir pagando, no saben cómo. El cartel de la calle parece ir también dirigido a ellos: "Anímate". Pretende ser un abrazo del ayuntamiento. Un respaldo en estos tiempos difíciles. Supongo que pensarán que menos da una piedra. Pero no es, ni con mucho, la solución que necesitan. 

Los niños siguen saltando y bailando, ajenos al drama social que les rodea. A mí, más que animarme, me están entrando ganas de llorar. Dicen que la situación no va a mejorar hasta no sé cuándo. No creo que los pequeños comerciantes puedan aguantar. Y tampoco parece que vayan a crearse muchos empleos en otros sectores.  El año que empieza se prevé durísimo. Tendremos que intentar sobrevivir. Tendremos, incluso, que aprender a ser felices. Aunque no tengamos nada. Tendremos que encontrar otro modo de vivir más allá del consumismo, de ese capitalismo traidor que nos ha llevado a una pobreza que ya vivieron nuestros abuelos. Se lo debemos a nuestros hijos. A los mismos que ahora, con sus caras pintadas y sudorosas, se abalanzan sobre mí y, en un abrazo de equilibrio imposible, decoran de verdadera ilusión navideña  mi tristísima chaqueta gris.  




 

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