lunes, 26 de noviembre de 2012

PRIMAVERA EN OTOÑO

Este sábado pasado, allá a las doce del mediodía, sin previo aviso ni cordón policial que me previniese, me topé sin yo esperarlo con la primavera. Como lo oyen. Allí estaba. Silente. Tímida. Ingenuamente adormecida. En unas escaleras cualesquiera de un edificio público cualquiera, probablemente recortado en sus horarios y en su plantilla. Claro que la primavera de eso no entiende. Ella se dedica a florecer, tan atemporal como intrínseca, tan impetuosa como delicada. Yo no estaba preparada para el encuentro. Subía con la guardia baja. Silbaba apenas un estribillo, sin agarrarme a la baranda. Entonces la vi. A la primavera, digo. Y casi me echo a llorar. De la ternura. Cuando ya no confiaba. Cuando asoma el duro invierno. Y resulta que ella vive. Escaleras adentro.
 
Un jovencísimo muchacho, con las manos en los bolsillos, apoyaba contra la pared interior del edificio su larguísima silueta. Iba uniformado en azul marino, flamante en su papel de músico en descanso. Acercaba sus labios preñados de secretos hacia una tímida muchacha que, azorada, sacudía dulcemente su sonrisa y su melena. Sobraba la voz. Bastaba el silencio. No había entre ellos más roce que el roce del tiempo. Y sin embargo eran uno.
 
Me sentí extraña.  Invasora de una intimidad que no me incluía. No osé mirarlos de frente. No se fuese a quebrar su magia como estallan los vidrios, llenándolo todo de añicos de dolor. O de llanto. Sólo dejé escapar un par de reojos, lánguidos en apariencia pero indómitos en espíritu. Llámense celos, si eso es posible. No me atreví a saludar. Ellos no me vieron. Quizás sintieran, si acaso, apenas una sombra. Pendientes el uno del otro, el mundo a su alrededor no existía. Yo quise detenerme. Preguntarles: "¿Saben que son ustedes la primavera?". Me habrían llamado loca, pues ¿sabe la primavera que lo es? Déjenme dudarlo. Así que seguí caminando, cabizbaja y de puntillas de vuelta a un otoño más que desolado.
 
Este sábado volveré al mismo rincón. Sé que no he de hallar a la pareja. Pero quizás, sólo quizás, flote aún el aroma de la hierba recién cortada, los reflejos del rocío sobre el pétalo reciente, o alguna mariposa. Yo, con mis hojas rotas por el viento, suspiraré atardeceres. Aún no es tiempo de nieve. Pero ya la intuye mi horizonte.
 
 
 
 

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