A mis 43 años recién cumplidos, parece que una ya no se asombra
de nada. Ya no se escandaliza por nada. No se inmuta por nada. Lejos
quedan aquellos años de juventud cuando todo era digno de acalorada
discusión, de incansable debate, de defensa a ultranza. Lejos quedan los
ideales y las utopías. La templanza, se dice, es virtud que con la edad
se alcanza. Y en eso andamos.
A fuerza de considerarla virtud, me he acostumbrado a observar la
realidad desde la barrera, tras el grueso cristal del desapego, como
aquel que contempla la lluvia desde el interior de su ventana. Muevo la
cabeza con la superioridad que dan los años cuando algún compañero se
enciende indignado por algún asunto. A mí ya no hay nada que me sulfure.
Soy inmune. Y no es por haber trabajado mi personalidad hasta alcanzar
un férreo dominio de mí misma. Es que me he convertido en una persona de
corcho.
Creo que lo que sucede es que he perdido la fe. La fe con mayúsculas.
Toda la fe. Cualquier fe. Ya no creo en la derecha ni en la izquierda.
Ni en los políticos ni en los sindicalistas. No creo en las huelgas ni
en las manifestaciones. No creo en los economistas ni en los
empresarios. Ni en los ayuntamientos ni en las autonomías. Y por
supuesto, tampoco creo en Europa.
Quizás me pase de escéptica. Como de joven me pasé de ingenua. Yo,
como Unamuno, quise creer. Tomar las calles alentada por alguna utopía,
aferrarme a las pancartas como a mi vida, formar un gran lazo social
para defender las causas más justas... Luego maduré. Abrí los ojos.
Sentí en mi cogote el asqueroso aliento de Don Dinero. Sus frías manos.
Su larga sombra, que todo lo cubrió.
Ya no creo en las creencias. Me queda sólo el ser humano. El vestigio
más sagrado del milagro que es la vida. Así, desnudo y libre, es mi
semejante absoluto. Juntos enfrentamos el mundo. No intentamos
entenderlo. Sólo seguir ahí. Construyendo un microcosmos de humanidad.
Una familia de sangres distintas. Sin pancartas. Sin banderas. Sólo los
mismos silencios. Los mismos latidos. Y de vez en cuando, el mismo
llanto callado.
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