jueves, 29 de noviembre de 2012

NAIPES ESPAÑOLES

Los que nacimos en España un poco antes de los años 70 hemos tenido la sensación en nuestra vida de que todo ha ido siempre a mejor. Desde aquel milagroso paso del hombre en la luna visto en los primeros televisores, pasando por el final de un periodo dificilísimo que se había iniciado con la guerra civil de nuestros abuelos, todo, absolutamente todo, eran mejoras: mejoras evidentes a nivel tecnológico, mejoras en las condiciones sociales, laborales y económicas. Mejoras, en fin, de las que llegan a cada casa y a cada familia. Mejoras que, asumimos, habían llegado para quedarse.

Y salvo alguna crisis puntual, así fue. Se quedaron con nosotros durante tres décadas: la de los 80, la de los 90 y la del inicio del nuevo milenio. Superamos con éxito predicciones nefastas sobre el fin del mundo, y los avances tecnológicos nos permitieron una globalización que auguraba mayores posibilidades, mayor desarrollo, mayor bienestar. 

En este periodo fuimos una sociedad alegre y dinámica. Nos esforzamos por cerrar definitivamente las profundas heridas que los odios de la guerra habían dejado en el seno de nuestro pueblo, y reconquistamos paso a paso nuestras aplastadas identidades distintivas, consiguiendo en este sentido más descentralización de la que algunos jamás soñaron.

Los españoles empezábamos a creernos de verdad eso de que éramos europeos. Que no éramos los paletos que habíamos sido en otros tiempos. Los pacatos. Los reprimidos. Viajábamos a países remotos y regresábamos cargados de fotografías que testimoniaban que, efectivamente, estuvimos allí. 

En estas décadas pasamos de ser un país de emigrantes a un país receptor de inmigración, de ser los Pérez y González de siempre a descubrir en nuestras calles otros colores, otros rasgos, otras vestimentas. Nuestra población se multiplicaba: los ancianos aumentaban su esperanza de vida, y la tasa de mortalidad infantil, al igual que la de analfabetismo, eran prácticamente inexistentes. 

En cada ciudad y en cada pueblo, sin importar su tamaño, se construyeron envidiables instalaciones deportivas y recreativas, se mejoraron las carreteras, y se ampliaron los límites de los centros urbanos con adosados, chalets e incluso urbanizaciones privadas. Palpábamos el crecimiento a diario, en cada aspecto de la sociedad. Era algo imparable. Un país en pleno desarrollo. Privilegiado. Sin límites. Sin fronteras.
Hasta rozamos el delirio colectivo cuando nuestra selección nacional de fútbol demostró ser la mejor del planeta. Aquello fue la confirmación, más allá de toda duda, de que éramos invencibles. Planetariamente invencibles. Nosotros. Los españoles. 

De todo aquello hace cuatro años. Sólo cuatro. Comparados con las tres décadas de crecimiento ininterrumpido, cuatro años son un suspiro. Un parpadeo. ¿Qué país no ha tenido un periodo de decrecimiento en su escalada general hacia el bienestar? Ajuste, creo que lo llaman. Un pequeño retroceso que sirve para recoger beneficios, o para reinvertir en estructuras o para acometer cualquier otra intervención que no vaya a producir beneficios directos. Ya digo: cuatro años. Total, ná.

Y sin embargo, cuatro años después de nuestro mejor momento económico, nos encontramos como país en la ruina más absoluta. Nadie da un duro por nosotros. Tenemos unas deudas que nos cercenan cualquier posibilidad de desarrollo. Como población, nos hemos despertado de repente con un bofetón: ¿Pero de dónde han salido esas deudas astronómicas? ¿Quién las ha contraído? ¿Quién ha sido el irresponsable que ha gastado más de lo que teníamos? ¿Pero cómo? ¿Que nada de lo construido se ha pagado todavía? ¡Pero si está en pie años ya! ¿Que los políticos han manejado las Cajas de Ahorro a su antojo? ¿Que los sindicatos han estado recibiendo millones de euros de manos de los partidos en el poder? ¿Y todo esto se ha hecho a nuestras espaldas? 

Ahora miramos atónitos a derecha e izquierda, y tenemos la sensación de que nadie, absolutamente ninguno de nuestros gobernantes, se ha comportado con honestidad. Ni a nivel nacional, ni autonómico, ni local. Ni los de un partido ni los de ningún otro. Los que se suponía que iban a velar por nuestros intereses se han aprovechado de nuestra confianza, y nos han procurado la ruina. Políticos, sindicalistas, banqueros, grandes empresarios, incluso jueces.
 
De repente se nos derrumba el castillo de naipes y comprendemos que estábamos viviendo en un espejismo. El daño es brutal. De día en día estamos perdiendo derechos sociales que creíamos inherentes al hecho de ser español, ese tan cacareado "estado del bienestar" que consistía en cubrir las necesidades básicas universales, como son la sanidad, la educación y la justicia. Estamos perdiendo nuestros empleos y nuestros pisos. Y nos tenemos que resignar ante el hecho de que nuestros hijos, con estudios universitarios o sin ellos, se vean obligados a emigrar al igual que habían hecho sus abuelos medio siglo antes.

Y junto con todas estas tragedias cotidianas, considero que se nos ha causado un mal que, si bien es menos visible y menos palpable, es si cabe todavía más profundo: hemos perdido la fe. Pero no la fe religiosa, que esa hace mucho que se perdió. Sino la fe en nuestras posibilidades reales de construir un futuro posible. No hay nadie que nos merezca la más mínima credibilidad. Ni por honestidad, ni por capacidad, ni por posibilidad, pues parece que ahora nuestro futuro inmediato se nos ha escapado de las manos como país y está en manos alemanas, a merced de los vientos irracionales de los mercados y de la volatilidad incontrolable de algo llamado "la prima de riesgo".

Hemos despertado de nuestra ingenua y bienintencionada irrealidad, y ahora nos están aplastando el gaznate contra una inmensa mierda de elefante. Nosotros, obligados a respirar por necesidad vital, limpiaremos el desastre. Pagaremos las deudas. Las de los bancos. Unas deudas que no contrajimos pero que nos corresponde pagar. Y lo haremos a fuerza de hambre y de miseria. La nuestra. La de nuestros hijos. Y quién sabe si también la de nuestros nietos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario