jueves, 22 de noviembre de 2012

DESNUDARSE POR UNA BUENA CAUSA

Lo confieso: al principio me pareció una idea excelente. Original. Imaginativa. Divertida incluso. Y muy efectiva. Desnudarse por una buena causa dejaba patente el optimismo de un grupo de personas que, en vez de dejarse vencer por las circunstancias adversas, decidían unirse y luchar con humor. No veía nada obsceno en ello, ni degradante. Al contrario, esa transgresión del puritanismo inmovilista me parecía digna de elogio. ¿Quién de vosotras no ha deseado guardar bajo su colchón el calendario más fogoso del Cuerpo de Bomberos? ¿Quién no ha sonreído, no se ha solidarizado y no ha sentido la esperanza con aquellos ingleses arruinados en la película Full Monty?


Sin embargo, de un tiempo a esta parte la idea ya no me hace tanta gracia. Un halo tenebroso y siniestro tiñe el panorama nacional desde que la maldita crisis empezó a dejarse notar. Ahora hay muchas necesidades, algunas gravísimas y perentorias. Como el Centro de Educación Especial de Torrevieja, que corre el riesgo de cerrar sus puertas debido a los recortes. Necesitan fondos urgentemente. Si no los consiguen, un montón de niños con necesidades educativas especiales se quedarán sin escuela. Como siempre, el eslabón más débil. La subvención no llega. Los padres no pueden pagar mensualidades más altas. Ya han empapelado el edificio con pancartas explicando su situación. Ya se han manifestado delante del Ayuntamiento. Ya han acudido a la prensa. Pero hasta el momento no han conseguido nada. Intento ponerme en la piel de las madres de esos niños. Intento sentir su frustración y sus miedos. Su impotencia. ¿Qué les queda por hacer para que alguien les eche una mano? ¿Despelotarse en algún calendario?

Por supuesto que es por una buena causa. Pero ¿esto justifica que un grupo de madres, acuciadas por la necesidad, tengan que desnudarse? ¿Es que verse obligadas a dejarse retratar con poca ropa a cambio de dinero no es prostituirse un poco? ¡Mujer -me dicen-, las fotografías son artísticas! ¡No lo enseñan todo! ¿Y qué? -me pregunto yo. ¿Es que la belleza de las fotografías cambia el hecho de que personas en apuros económicos no vean más opción a la que recurrir que vender por toda la ciudad unas fotos, digámoslo así, poco habituales en sus álbumes familiares?

Y esto me lleva a otras preguntas: ¿Qué tipo de personas compran estos calendarios benéficos? ¿Los aficionados a las revistas eróticas? De haber alguno, no creo que sean la mayoría. ¿Vecinos diabólicos que disfrutan al ver humillarse a convecinos necesitados? Ni por asomo. Estoy convencida de que los compradores de estos calendarios son gentes sencillas, como usted y como yo, que saben que están haciendo una buena labor social al colaborar con un colectivo en apuros por medio del donativo que supone adquirir el calendario. Y digo yo: ¿de verdad necesitamos verles el culo a las madres de estos niños para colaborar? ¿Tan implacables nos hemos vuelto como sociedad? ¿O quizás tan irreflexivos? ¿No compraríamos el calendario con la misma alegría si retratase a los niños en su escuela, junto a sus familiares y sus educadores, sonriendo felices al saberse arropados por sus conciudadanos? 



Me dicen que soy demasiado seria, que no hay que empeñarse en ver esa connotación tan negativa. Que es algo más festivo. Más saleroso. Y que se desnuda el que quiere. Que nadie obliga a nadie. Pero yo pienso en Manoli. Y en Vicenta. Y en Trini. Y en tantas otras. Y no quiero verlas desnudas en la pared de mi cocina. No quiero ser parte de su vergüenza. Prefiero ver una foto de sus hijos sonriendo. En un cole sin pancartas. En una ciudad de todos.



























 

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